(53) E-mail escrito el 14 de junio de 2018
Quizás un día os preguntéis por qué dejé de luchar por todo.
Me quitaron todo. Mis hijas. Vosotras. La mitad de vuestras vidas. Vuestra última palabra antes de dormir, y la primera al despertaros.
Mi amor. La persona a la que amaba. La mujer que dio a luz a mis dos hijas.
Mi casa. Mi hogar. Construído para vosotras con muchísimo esfuerzo.
El combustible de las personas es la ilusión. A mi me la robaron toda.
Entonces, los esfuerzos carecen de sentido.
Si, todavía soy vuestro padre. Pero es como quedarse con las obligaciones, sin disfrutar de las alegrías. Siempre excluido de vuestras preciosas vidas. De nuestra preciosa familia.
Esfuérzate por tu familia, pero sin disfrutar de ella.
Mi hogar. Nuestro hogar. Otras personas en mi lugar. Años pagándolo. Decorándolo. Arreglándolo. Gestionándolo. Disfrutándolo. Otras personas en mi casa. En mi lugar. En mi cama. Con ella.
Vuestras habitaciones. Hechas con todo el cariño desde que nacísteis. Cuántas noches acompañándo vuestros primeros sueños. Cuentos leídos. Abrazos, y la mano puesta en el estómago para que os durmiéseis.
Luchar para qué.
Perder la vida y la salud en trabajos esclavos y mal pagados. ¿Para qué?
Para al acabar el día, no tener ni disfrutar del calor y el amor de mi familia.
Estar sólo. Apartado...
Este dolor no puede quedar impune.
Ser padre de dos hijas preciosas. Una experiencia única e irrepetible. Destrozada.
Lo que debería ser el motivo máximo de alegría de la vida de una persona. Destrozado.
Cualquier cosa, simple para cualquier familia, a mi me ha costado mucho esfuerzo, distancias, horarios... solo, siempre solo. Solo yo con todo.
Teneros a vosotras, lo más bonito de mi vida, transformado en una agonía. Criar hijas, en pañales, lleno de angústia y dolor.
Destrozar una vida, y a un padre, o puede quedar impune.
Su castigo será mi descanso.
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