(84) E-mail escrito el 22 de mayo de 2019
Hola hijas mías:
Son las siete menos cuarto. Las 18:45 de un miércoles cualquiera.
Acabó de llegar de trabajar. Estoy en el pueblo. A dos calles de vosotras, que estáis con vuestra niñera.
Aquí. Sólo. Y vosotras, mis hijas, a dos calles.
Pero alguien decidió que la mitad de nuestras vidas no podíamos estar juntos.
Alguien decidió que habían días, semanas, en las que no podía ver a mis hijas, a vosotras. Días y semanas en los que no podía ser padre.
Un padre, y una madre (quizás algún día lo entendáis), quiere estar con sus hijos SIEMPRE.
Y alguien, con su tremendo egoísmo y maldad, decidió que como quería libertad, fiesta, sexo y no tener responsabilidades, apretó el gatillo sin dudarlo.
Ella disfruta la semana que no está con vosotras. No para. Es feliz con esa semana en la que queda liberada en su papel de madre.
Yo no.
Yo la semana que os tengo soy feliz. Cansado, pero feliz.
Y la semana que no os tengo, me falta media vida. Nada tiene sentido, y solo hago que echaros de menos.
No existe perdón para algo así. Ni olvido... Muy complicado volver a ver el mundo con alegría, cuando te hacen algo tan injusto.
Siete menos cuarto de una tarde soleada de mayo. A dos calles de vosotras. Y no puedo hacer nada.
Si. Espero castigo. Porque dentro de mi no queda nada. Estoy roto. Para siempre.
Yo hago todo lo posible para que no notéis nada. Para que todo sea divertido. Pero dentro de mi solo hay dolor. Injusticia. Ganas de venganza. Ganas de que la vida haga justicia...
Un beso para las dos.
Os quiere,
Papá.
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