(203) La repisa

Hola chicas.

Esta mañana de martes, lluviosa, como casi siempre antes de empezar el día de trabajo, he ido a tomar un café.

En el bar de la plaza del pueblo de al lado. Ese que tiene la fuente al lado de la iglesia.

Ese pueblo donde me fui a vivir alquilado, cuando me echaron de mi casa, y al que volví meses después.

Me he tomado el café fuera, en la terraza. Justo al lado de la gran ventana del bar, la que hace esquina.

No he podido evitar quedarme mirándola, y me han venido a la mente recuerdos...

Os recuerdo, a las dos, sentadas en esa repisa. Érais pequeñitas... Estábamos solos en ese pueblo.

Los fines de semana bajábamos a tomar el café. Yo estaba muerto por dentro. Pero debía de hacer todo lo posible para que fueseis felices.

He recordado vuestras caras. Llenas de inocencia infantil. Ajenas a todo el dolor que yo llevaba dentro.

Mientras nosotros estábamos ahí, yo no hacía más que preguntarme cómo una madre puede preferir no estar con nosotros. Con vosotras. 

Y preferir acostarse con unos y con otros, que era a lo que se dedicaba en aquellas primeras épocas del divorcio.

Debía sonreír. Hacer los deberes con vosotras, jugar. Divertiros... 

Nadie nos llamó nunca para nada. 

Todos los que debían haber pensado, ya no en mi, en cómo estaría, sino en vosotras, en llamarme para quedar y ver a vuestras amistades, ninguno ni ninguna dijo nada.

Nadie quería afrontar la conversación de la verdad. 

En fin... 

Miraba esta mañana la repisa, y os veía sentadas. Tan pequeñitas. Sonriendo.

Tanta lucha en tan pocos años.

He acabado mi café, y me he ido a trabajar.

No conviene quedarse mucho tiempo revolcándose en los recuerdos.

Te atrapan. Abren de nuevo esa caja oscura que tanto me costó cerrar, con tanto dolor dentro.

Mejor no mirar demasiado al pasado.

Os veía. Sonriendo. 

Os cogía en brazos para subiros, y para bajaros de la repisa.

Llevamos mucho luchado. 

Llevamos mucho ganado.

La repisa sigue ahí. 

Y ahí seguirá. 

Os quiero. 

Papá. 


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