(218) Aquellos primeros años

Al principio, intenté llevarlo lo más coherentemente que pude.

Tenía que seguir trabajando, y adaptarme a vivir solo, en el pueblo de al lado.

Pero una vez cerrado el divorcio, y habiendo asegurado lo más importante, que era teneros el máximo tiempo posible, todo cayó a plomo.

Cada vez que abría los ojos al despertarme, me preguntaba qué hacía en esa habitación. En esa casa. Sólo. 

Me preguntaba por qué no estaba en mi casa, con mi familia.

Me costaba unos minutos ser consciente de la realidad. 

Después, vino la ansiedad. Y la angustia, que es peor. 

Angustia profunda, asfixiante.

Daño económico. Daño sentimental (mi mujer, la madre de mis hijas, de cama en cama). Y el daño más importante de todos: vosotras (al principio, me faltaba el aire cuando no estábais). 

No estaba en condiciones de trabajar. No estaba en condiciones de nada.

En aquel tiempo, trabajaba en mi propia empresa en Valencia.

Era como un zombi. Mi cerebro estaba licuado. Destruido. Agotado. No podía respirar a fondo. Me faltaba el aire.

Aguanté unos meses... 

Hasta que ya me daba absoluta vergüenza ir a trabajar. 

Mis socios lo sabían. Decían indirectas de que aquello no podía continuar.

Era una carga. Un estorbo. 

No podía centrarme en nada. No tenía ganas de nada. 

El dolor me llenaba, desde la primera hora del día, hasta la última.

Un día... No pude soportarlo más.

Lo dejé. 

No podía ni levantarme por las mañanas.

Casi sin dinero, debido a que había dedicado los últimos años a no trabajar por las tardes, para poder cuidar a mi chica mayor, y a que cuando nació mi chica pequeña, me quedé en casa sin trabajar un año entero, para que estuvierais bien atendidas, ya no tenía dinero.

Pero no podía más. Os lo juro. 

Ahí empezó una época muy mala.

Una época en la que no encontraba las fuerzas ni para respirar. Una época en la que la rabia, el sentimiento de injusticia, y el dolor llenaban cada minuto y cada segundo del día.

Fue una época muy crítica. En la que estuve a muy poco de no salir.

Malos, muy malos pensamientos daban vueltas en mi cabeza... 

Encontraba trabajos. Pero yo estaba muerto por dentro. 

O dejaba yo los trabajos, o me despedían. 

No estaba en condiciones... 

En todos los trabajos buscaba tener el mejor horario posible para dedicaros tiempo. Estar con vosotras, cuidaros. Si el trabajo no me dejaba cubrir vuestras necesidades de crianza, ocio, juego, cuidados, y educación, ese trabajo no servía. Aunque no estuviera en condiciones de quedarme sin trabajo, lo perdía. 

Siempre buscaba el tiempo para vosotras. Para que estuvieseis atendidas. En el juego, en los deberes, en los cuidados, y en el tiempo de estar juntos. 

No estaba en condiciones...

También, decidí atravesar todo esto sin tomar ninguna medicación, pese a que el médico en varias ocasiones me recetó antidepresivos.

No quería ser un zombi para vosotras. 

No tomé ni una sola pastilla. 

A día de hoy, sé que estuve muy cerca, muy muy cerca de no salir de aquello.

A base de esfuerzo, y paciencia, conseguí al tiempo, ir escalando en los trabajos. Ir sacando fuerzas. Aguantar mucho...

Mudanzas, sitios temporales, huecos en los que echar las bolsas de basura que contenían todas mis cosas... Sabiendo que ese no era el sitio donde me iba a quedar definitivamente. 

Luchando. Día a día. Con paciencia. Sin pensar demasiado. Solamente paciencia. Aguantar, y resistir. Paciencia.

Dejando la mente descansar. No pensar. 

En los años siguientes, cada vez pude acercarme más a vosotras. En cada mudanza, estaba más cerca.

Alquileres. Alquileres y mudanzas... 

Hasta que al final, pude comprar una vivienda.

Cuesta mucho sacar fuerzas y ganas, cuando te han quitado todo de una manera tan injusta.

Se te van las ganas de todo. Se te van las ganas de pelear.

Solamente, quieres descansar.

Ha sido mucha lucha. 

Una lucha construida día a día, con paciencia.

Callando y tragando.

Siempre con el mismo objetivo. 

Hoy en día, miro atrás, y no sé cómo pude conseguirlo.

Me parece enorme lo que he conseguido, después de tanta destrucción.

La mente muy castigada. El cuerpo cansado.

La ilusión, herida y maltratada. 

Pero, volvería a hacerlo todo. 

Tengo la tranquilidad de haber hecho lo que creía que debía hacer en cada momento. 

Y hoy, si fuera necesario, volvería a tomar las mismas decisiones.

Cuánto daño personal y económico. Tanto a mí, como a vosotras. 

Pero ya nada cabe. 

No sirve de nada mirar atrás y lamentarse.

Confié en ella, y no estuvo a la altura.

No tiene sentido mirar más atrás. 

Lo que sí que se puede hacer, es construir todo el tiempo que está por venir.

Mirar desde hoy, al resto de los días. Al futuro.

Ahi si que hay que fijar la mirada. 

Que cada pequeña decisión, construya un futuro mejor. 

Os quiere mucho,
Papá.


Comentarios